domingo, 2 de mayo de 2010

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"Lo estás deseando"
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sábado, 1 de mayo de 2010

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"Desata tus fantasías"
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domingo, 25 de abril de 2010

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"Te verás reflejado"
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sábado, 24 de abril de 2010

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"¿Te resistirás a probar el fruto prohibido?"
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sábado, 17 de abril de 2010

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"No puedes darle la espalda a tu verdadera tendencia"
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jueves, 8 de abril de 2010

Presentación de La Tendencia Natural (Realizada por el Señor X)



La cintura de Michael comenzó a moverse, muy despacio al principio, pero con fuerza. Conner percibió cada embate de las caderas de Michael, golpeando sobre sus fuertes glúteos. Ambos respiraban pesadamente y dejaban escapar insinuantes gemidos que aumentaban el deseo del otro por alcanzar la conclusión de aquel acto. Los embates de Michael fueron haciéndose cada vez más rítmicos y más violentos. Cada acometida les proporcionaba a ambos un placer inenarrable hasta el extremo de que les hacía gritar de puro goce.

Y entonces llegó el momento en el que toda la pasión compartida en aquellos instantes se inflamó y estalló en el interior de sus cuerpos con tanta fuerza que buscó una forma de salir al exterior. El éxtasis manó desde su más secreto fuero interno y se derramó a través de sus órganos del deseo. Michael se desplomó exhausto sobre la espalda sudorosa de Conner y permaneció allí, abrazado a él; con su pene aún dentro de su amante. Sus cuerpos desnudos, cansados, calientes y pegajosos permanecieron así, el uno contra el otro durante largos minutos; sus corazones latiendo al unísono.

Aquello no había sido únicamente sexo. Habían sido dos cuerpos solitarios deseando fundirse en uno. Habían sido dos almas desencadenadas deseando unirse. Había sido fuego… vida… libertad…

(Capítulo 4 de La Tendencia Natural)

Con demasiada frecuencia tendemos a restarle importancia a la fuerza que nos ha arrojado a esta vida. Dicha fuerza no proviene ni de la divina providencia ni de los azarosos dados del destino, sino de algo mucho más mundano, más físico, más primigenio. Dicha fuerza es el sexo, pulsión primaria de todas las especies que los humanos han refinado hasta convertirla en vehículo tanto de las más altas como de las más bajas pasiones. Cada uno de nosotros ha surgido gracias al sexo y dedicará gran parte de su existencia a satisfacer las necesidades del sexo; es algo predeterminado, inevitable, natural.

Desde el momento en que la pulsión sexual despierta en nuestro cuerpo al alcanzar éste la madurez de su desarrollo, toda nuestra vida se verá teñida por ella. Una puerta se nos abrirá, mostrándonos nuevos mundos de sensaciones y emociones. Una vez la hayamos cruzado nos veremos arrojados a las eternas mareas del sexo, donde la navegación es todo un arte y cualquier experiencia es poca. Todos navegamos por ellas y arrastramos con nosotros nuestro particular bagaje en cuerpo, mente y corazón. Con nosotros navegan alegrías y penas, deseos y temores, verdades y mentiras, amores y odios. La unión de dos cuerpos siempre es también la unión de dos mentes y la unión de dos corazones, aunque en ocasiones queramos pretender lo contrario. El sexo es placer físico pero también comunión de pensamientos y éxtasis emocional; es el acto supremo de unión entre dos seres y esto es a la vez maravilloso y terrible. Tal contraste es la esencia misma del sexo.

No se nos enseña a navegar por semejantes corrientes. Sencillamente se nos arroja a ellas, obligándonos a aprender a surcar las aguas si no queremos ahogarnos. Despertar al sexo es uno de los momentos más delicados de nuestra vida, un periodo que nos marcará a fuego y ejercerá poderosas presiones sobre nuestros futuros actos. Da igual la experiencia y el conocimiento que creamos tener, pues en el momento en el que el sexo se muestra en todo su esplendor ante nosotros estamos desnudos e indefensos frente a su furiosa energía primigenia. Es la fuerza imparable de la vida que estalla dentro de todas nuestras células, cantando al unísono una canción casi tan vieja como el propio mundo. Algo maravilloso y terrible, sin duda, y con demasiada frecuencia le restamos importancia, lo trivializamos y le robamos su significado.

Es una pena que no seamos capaces de apreciarlo tal y como es, que vistamos su magnificencia con harapos de perversiones, pecados y mentiras. Nuestra sociedad, en lugar de invitarnos a amar y respetar el sexo como la fuerza primaria que es, nos enseña que es una mercancía que se vende, un pecado que condenará nuestra alma o, peor aún, un vicio necesario para autosatisfacernos. En el fondo somos niños incapaces de comprender la fuerza que nos impulsa. Preferimos enmascararla o desvirtuarla. Los homosexuales sabemos mucho de esto.

Si el momento del despertar sexual es un punto delicado, mucho más lo es para un homosexual. A los prejuicios habituales que rodean al sexo se añaden otros muchos que atañen a la propia condición homosexual. La perversión se convierte entonces en el más deleznable y antinatural de los actos, el pecado en la más atroz condenación eterna y la mentira... la mentira lo envuelve todo hasta el punto en que es imposible distinguirla de la verdad. Tantas mentiras se han dicho sobre los homosexuales que incluso nosotros mismos hemos acabado creyéndonos algunas. Nos hemos acostumbrado a ellas, nos hemos apropiado de las etiquetas que nos han impuesto y nos hemos vuelto maestros del arte de vivir una doble vida. Incluso ahora, en estos tiempos de exaltación de la homosexualidad en los que hemos salido de nuestros armarios ondeando nuestros colores seguimos creyéndonos una gran mentira: que los gays somos diferentes. No es cierto.

Nuestro enfoque es diferente, pero la fuerza que nos impulsa es la misma. Nuestras preferencias serán distintas, pero es la misma pulsión primaria la que nos lleva a buscarlas. Es el sexo, la celebración desatada de la vida, el que nos unifica a todos sea cual sea nuestra tendencia. El día que comprendamos esto nos daremos cuenta de que la única tendencia natural que define a los seres humanos, sea cual sea su preferencia sexual, es la tendencia a seguir adelante cada día, a degustar nuevas emociones, a experimentar nuevas vivencias, a compartir nuevos momentos, a sentir, a crear, a vivir... Despertar al sexo es también despertar a la vida, es abrazar la vida, compartir la vida, sentirnos libres mientras inconcebibles mareas nos arrastran en nuestro incierto devenir y reír desafiantes ante el desconocido rostro del futuro. Al igual que el sexo que nos creó, nosotros también somos criaturas maravillosas y terribles, capaces de todo. Sólo tenemos que quitarnos la venda de los ojos y aceptar la naturalidad de la fuerza que nos empuja. La Tendencia Natural es un proyecto cuyo mensaje tiene mucho que ver con esto.

Nacida casi por casualidad, La Tendencia Natural es una novela sobre el sexo y todo lo que le rodea; una novela sobre dos jóvenes inmaduros que despiertan al sexo y navegan como buenamente pueden entre sus turbulentas corrientes, a medio camino entre el pasado y el futuro, viviendo una vida en ocasiones dulce, en ocasiones amarga. También es una novela sobre la homosexualidad, sobre los prejuicios que se ciernen sobre ella y los odios que suscita, pero por encima de todo es una novela sobre la vida, la libertad y la superación. Nuestra novela es a ratos un morboso relato erótico, a ratos una emocionante novela rosa, a ratos una tragedia que nada tiene que envidiar a los dramas griegos. Con ella pretendemos entretener, sorprender e interesar a los lectores con retazos de ficción, pero también compartir experiencias reales que nos han marcado en nuestra vida, que nos han hecho apreciar la libertad de la que hoy disfrutamos y que nos han llevado a ser mejores personas.

La primera vez que mi cuerpo se estremeció de placer al sentir el tacto de otro cuerpo sobre mí queda hoy muy lejana, pero la misma humildad ante esa fuerza maravillosa y terrible es la que guía mis manos cuando escribo nuevas líneas para La Tendencia Natural. Esa humildad, esa fascinación, es la que pretendo transmitir con mayor o menor acierto. El sexo es algo maravilloso y terrible; la vida misma es algo maravilloso y terrible. ¿Cómo es posible no sentirse humilde ante ellos? ¿Cómo es posible no sentirse fascinado por ellos? ¿Cómo es posible no amarlos a ambos? La Tendencia Natural es una oda al sexo, una oda a la vida. Y tú, querido lector, estás invitado a participar en ella.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Presentación de La Tendencia Natural (Realizada por el Señor Y)



- Joaquim, ¿te imaginas cómo habría terminado siendo nuestra vida si nunca nos hubiéramos atrevido a reconocer nuestra inclinación natural hacia los sentimientos?
- Habría sido una vida sin sentido, Michael. Nuestra realidad lleva implícita todavía la experiencia del dolor, pero hemos aceptado nuestra condición homosexual y la hemos convertido en piedra angular desde la que conocer el universo. Nada hay que debiera cambiar de los días pasados. Al asumir la importancia de los lamentos de los hombres sabios de antaño hemos hecho nuestra la lucha que ellos comenzaron y nos hemos transformado en defensores incansables de la verdad que nos une: nuestra capacidad diversa para el amor. Otros vendrán que continúen nuestra batalla y que consigan con su particular martirio normalizar la virtud de nuestra tendencia para los afectos. Basta ya de engaños de adolescencia, ¿no crees?
- Lo creo, Joaquim. Lo creo con todas mis fuerzas. Y disfruto sabiendo que los dos permanecemos firmes mientras contemplamos un mismo horizonte. Es tan grande el cambio que Jensen ha obrado en ti…

(Epílogo II de La Tendencia Natural)

A veces pienso en los personajes del pasado que poseyeron la virtud de la homosexualidad y osaron abrazar el dolor que cada día, y a un mismo tiempo, consumía y renovaba la longevidad de su alegría. Me deleito teniendo presentes a seres tan ilustres como Luis Cernuda, Federico García Lorca, Francis Bacon, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Donatello, William Shakespeare, Lord Byron, Oscar Wilde, Alan Turing o Salvador Dalí. Y cuando lo hago me doy cuenta de que no son más que una humilde y reducida expresión de una prolongada lista rosa que cuenta con adeptos de todas las nacionalidades, culturas y edades del hombre. Da igual que posemos la mirada sobre los pueblos bíblicos destruidos por la ira de Dios o sobre las excelsas ventajas de las civilizaciones de las que formamos parte en el presente. A pesar de las persecuciones religiosas y de los diferentes regímenes políticos y sociales que han intentado aniquilar los instintos homosexuales a lo largo de todas las eras, una misma constante permanece y me ayuda a complacerme: hemos sobrevivido.

La prueba es que cuando paseo por las calles de Murcia y miro a mi alrededor me doy cuenta del vergel florido y homosexual en el que se ha transfigurado la ciudad en la que me encontré conmigo mismo. Sus vías principales acogen todos los días a cientos o miles de personas cuyas historias de intimidad son pequeños retales de misterio y mentiras que tratan de disimular la esencia hiriente de sus sentimientos pecaminosos. Las puedes ver cuando cruzan la plaza de Santo Domingo estimuladas por el deseo para introducirse indolentes en las fauces tenebrosas de los guetos solitarios que aún permanecen dispuestos a acogerlas, pero pronto aprecias que detrás de su juventud no hay más que soledad y vacío. Te las puedes encontrar en la calle Victorio y admirar cómo sostienen con falseada valentía una bandera de colores inciertos que ni mucho menos les confiere la identidad personal que profundamente ansían, mas enseguida descubres que su entusiasmo sobrevive atemorizado y que en grupo se polarizan hacia un estilo de vida tan poco normalizado como el que a cada segundo emite su juicio de condena. Y cuando analizas los factores comunes vislumbras sorprendido la pesada sentencia que sobre todas ellas recae: a pesar de los derechos conseguidos, los avances sociales que giran en torno a la aceptación de la diversidad no han dejado de ser relativos.

Pero sus frentes se alzan intrépidas y contemplan en las horas más oscuras un dibujo de siete colores que de norte a sur cruza el firmamento esperanzador bajo el que descansan. Las diferentes posiciones en las que el azar nos ha ubicado para que desde ellas saboreemos el placer de la sexualidad no sólo son bonitas en sí mismas sino que, además, resultan certeras y constituyen el signo vivo de la libertad de movimientos de la que en todo momento disponemos. Bien lo saben cada una de las personas anónimas que cada amanecer abren sus ojos a la luz de la mañana y salen a la calle con el deseo de experimentar las mejores sensaciones que el destino les haya podido preparar. Son humanos sin nombre ebrios de silencio y severamente castigados desde su más tierna infancia a causa de su característica alegría. Sus gestos han recibido burlas hirientes desde el génesis de su conciencia y sus penalidades han sido catalogadas como invertidas, enfermas, trastornadas, afeminadas y demás insultos de mil demonios que aún permanecen cobijados en algún rincón polvoriento de sus memorias. Han desfilado por las calles de Alemania obligados a colgar de sus ropajes un triángulo de color rosa mientras se dirigían arrepentidos de su inocente condición al martirio de los campos de exterminio. Se han sometido al veredicto de inquisidores tribunales ignorantes de que su único delito era su capacidad para amar. Han pasado sus años encarcelados bajo el designio de las autoridades fascistas y han apuntado sus nombres en listas interminables de delincuentes similares. Y cuando parecía que el siglo XXI iba a atajar de inmediato las discrepancias de las centurias anteriores, mis ojos se cubren de repugnancia y contemplan hastiados que las formas de discriminación a las que estaban acostumbrados ni mucho menos han desaparecido. Sencillamente, se han transformado. Mientras que en algunos países de corte islamista siguen pendientes de la condena a muerte que pudiera pender sobre sus cabezas, en las sociedades occidentales los colectivos de inversión se han convertido en un mensaje electoral que pretende captar votos pero que en nada preocupa a los líderes que a ellos se refieren. Personalmente, tanto una cosa como la otra me parecen aborrecibles.

Y ahí es cuando La Tendencia Natural encuentra su máximo sentido. Sus hojas representan un cúmulo tergiversado de experiencias vividas en primera persona que pretenden servir de homenaje a todos los hombres presentes, pasados y futuros que hayan ofrecido o vayan a ofrecer parte de su ser en detrimento de las habituales conductas discriminatorias a las que permanecemos expuestos. No importa si se es varón o mujer, famoso o desconocido, invertido o de recto comportamiento, joven o envejecido o de derechas o de izquierdas. Su mensaje es el fiel reflejo del compromiso fiel que establezco con todos los que puedan percibir cierta semejanza con mi sistema de pensamiento. Atrás quedan los tiempos de la persecución y el exterminio. Los nuestros son días nuevos. Y la única alianza que podemos establecer con ellos pasa necesariamente por la consecución de una normalización absoluta. Sin prejuicios. Sin presentaciones incómodas. Sin la sombra de la sospecha ceñida constantemente sobre el cuello a modo de correa. Sin insultos. Sin burlas. Con plenitud de derechos. Despojados de cualquier mensaje partidista repleto de intenciones divisorias. No en vano, si disminuyes tu ritmo de vida por un segundo y te entregas a la reflexión, ¿sabrías decirme quién sería capaz de imaginar un mundo carente de las aportaciones imprescindibles que nos legaron los seres ilustres que abrieron este escrito? ¿Quién podría compensar cada uno de los asesinatos que nos sustrajeron un desconocido compañero de viaje? ¿Quién tiene la autoridad moral suficiente para enfrentarse al plan creador de su Dios y juzgar desde la locura humana lo que está bien y lo que no? Y, sin embargo, ¿por qué seguimos muriendo?

Antes de que Joaquim y Michael, los protagonistas de la obra, dejaran atrás la adolescencia, ya eran plenamente conscientes de que su realidad emocional no se ajustaba a la normalidad de la que presumían sus compañeros de clase. Y lo sabían porque se habían enamorado sin darse cuenta. Con inocencia, como se hace antes de la juventud, cuando todos los amores son de verdad. Sin embargo, en vez de acongojarse e iniciar una existencia que no les pertenecía, los dos llevaron valentía hasta sus pasos y comenzaron una andadura que no cesaría hasta llegado el momento de decir adiós. En las dificultades encontraron virtud, en sus lágrimas escribieron promesas que nada tenían que ver con la rendición y sus ojos se abrieron a la vida convencidos de que antes o después rotos quedarían todos sus temores. Pero lo cierto es que la suya no es más que una historia ficticia que entremezcla mentiras con verdades y que se atiene desde el principio a las intenciones creativas de los autores que les otorgaron movimiento. En la vida real las páginas las escribes tú. Poco importan tus capacidades o la óptica desde la que comprendes el mundo. Cuando los días te obligan a rellenar el espacio en blanco desde el que te comunicas con los demás, cada uno de tus actos tiene consecuencias que no repercuten únicamente sobre ti. Entonces es cuando te das cuenta de que no eres más que otra pequeña pieza incluida en este gran mecanismo que es la humanidad y súbitamente adviertes que, si los renglones que produces están derechos o torcidos, nadie se había tomado la molestia de enseñarte a garabatear. Pero los resultados serán claramente irreversibles.

Aunque es cierto que prefiero dejar olvidado mi nombre verdadero y dirigirme a ti bajo el pseudónimo de “Señor Y”, como buen amigo te aconsejaría que poco a poco te fueses dejando llenar de cada una de las lecciones de vida que se esconden tras las páginas de La Tendencia Natural. Pero también es obligación mía indicarte que los riesgos derivados de ese atrevimiento no tienen por qué favorecerte. Al fin y al cabo, siempre podrías desarrollar el valor de comenzar a ser tú mismo y lanzarte a la aventura de amar de verdad, con naturalidad, con pasión, con libertad. Y ése es un lujo que no te puedes permitir.