miércoles, 24 de marzo de 2010

Presentación de La Tendencia Natural (Realizada por el Señor Y)



- Joaquim, ¿te imaginas cómo habría terminado siendo nuestra vida si nunca nos hubiéramos atrevido a reconocer nuestra inclinación natural hacia los sentimientos?
- Habría sido una vida sin sentido, Michael. Nuestra realidad lleva implícita todavía la experiencia del dolor, pero hemos aceptado nuestra condición homosexual y la hemos convertido en piedra angular desde la que conocer el universo. Nada hay que debiera cambiar de los días pasados. Al asumir la importancia de los lamentos de los hombres sabios de antaño hemos hecho nuestra la lucha que ellos comenzaron y nos hemos transformado en defensores incansables de la verdad que nos une: nuestra capacidad diversa para el amor. Otros vendrán que continúen nuestra batalla y que consigan con su particular martirio normalizar la virtud de nuestra tendencia para los afectos. Basta ya de engaños de adolescencia, ¿no crees?
- Lo creo, Joaquim. Lo creo con todas mis fuerzas. Y disfruto sabiendo que los dos permanecemos firmes mientras contemplamos un mismo horizonte. Es tan grande el cambio que Jensen ha obrado en ti…

(Epílogo II de La Tendencia Natural)

A veces pienso en los personajes del pasado que poseyeron la virtud de la homosexualidad y osaron abrazar el dolor que cada día, y a un mismo tiempo, consumía y renovaba la longevidad de su alegría. Me deleito teniendo presentes a seres tan ilustres como Luis Cernuda, Federico García Lorca, Francis Bacon, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Donatello, William Shakespeare, Lord Byron, Oscar Wilde, Alan Turing o Salvador Dalí. Y cuando lo hago me doy cuenta de que no son más que una humilde y reducida expresión de una prolongada lista rosa que cuenta con adeptos de todas las nacionalidades, culturas y edades del hombre. Da igual que posemos la mirada sobre los pueblos bíblicos destruidos por la ira de Dios o sobre las excelsas ventajas de las civilizaciones de las que formamos parte en el presente. A pesar de las persecuciones religiosas y de los diferentes regímenes políticos y sociales que han intentado aniquilar los instintos homosexuales a lo largo de todas las eras, una misma constante permanece y me ayuda a complacerme: hemos sobrevivido.

La prueba es que cuando paseo por las calles de Murcia y miro a mi alrededor me doy cuenta del vergel florido y homosexual en el que se ha transfigurado la ciudad en la que me encontré conmigo mismo. Sus vías principales acogen todos los días a cientos o miles de personas cuyas historias de intimidad son pequeños retales de misterio y mentiras que tratan de disimular la esencia hiriente de sus sentimientos pecaminosos. Las puedes ver cuando cruzan la plaza de Santo Domingo estimuladas por el deseo para introducirse indolentes en las fauces tenebrosas de los guetos solitarios que aún permanecen dispuestos a acogerlas, pero pronto aprecias que detrás de su juventud no hay más que soledad y vacío. Te las puedes encontrar en la calle Victorio y admirar cómo sostienen con falseada valentía una bandera de colores inciertos que ni mucho menos les confiere la identidad personal que profundamente ansían, mas enseguida descubres que su entusiasmo sobrevive atemorizado y que en grupo se polarizan hacia un estilo de vida tan poco normalizado como el que a cada segundo emite su juicio de condena. Y cuando analizas los factores comunes vislumbras sorprendido la pesada sentencia que sobre todas ellas recae: a pesar de los derechos conseguidos, los avances sociales que giran en torno a la aceptación de la diversidad no han dejado de ser relativos.

Pero sus frentes se alzan intrépidas y contemplan en las horas más oscuras un dibujo de siete colores que de norte a sur cruza el firmamento esperanzador bajo el que descansan. Las diferentes posiciones en las que el azar nos ha ubicado para que desde ellas saboreemos el placer de la sexualidad no sólo son bonitas en sí mismas sino que, además, resultan certeras y constituyen el signo vivo de la libertad de movimientos de la que en todo momento disponemos. Bien lo saben cada una de las personas anónimas que cada amanecer abren sus ojos a la luz de la mañana y salen a la calle con el deseo de experimentar las mejores sensaciones que el destino les haya podido preparar. Son humanos sin nombre ebrios de silencio y severamente castigados desde su más tierna infancia a causa de su característica alegría. Sus gestos han recibido burlas hirientes desde el génesis de su conciencia y sus penalidades han sido catalogadas como invertidas, enfermas, trastornadas, afeminadas y demás insultos de mil demonios que aún permanecen cobijados en algún rincón polvoriento de sus memorias. Han desfilado por las calles de Alemania obligados a colgar de sus ropajes un triángulo de color rosa mientras se dirigían arrepentidos de su inocente condición al martirio de los campos de exterminio. Se han sometido al veredicto de inquisidores tribunales ignorantes de que su único delito era su capacidad para amar. Han pasado sus años encarcelados bajo el designio de las autoridades fascistas y han apuntado sus nombres en listas interminables de delincuentes similares. Y cuando parecía que el siglo XXI iba a atajar de inmediato las discrepancias de las centurias anteriores, mis ojos se cubren de repugnancia y contemplan hastiados que las formas de discriminación a las que estaban acostumbrados ni mucho menos han desaparecido. Sencillamente, se han transformado. Mientras que en algunos países de corte islamista siguen pendientes de la condena a muerte que pudiera pender sobre sus cabezas, en las sociedades occidentales los colectivos de inversión se han convertido en un mensaje electoral que pretende captar votos pero que en nada preocupa a los líderes que a ellos se refieren. Personalmente, tanto una cosa como la otra me parecen aborrecibles.

Y ahí es cuando La Tendencia Natural encuentra su máximo sentido. Sus hojas representan un cúmulo tergiversado de experiencias vividas en primera persona que pretenden servir de homenaje a todos los hombres presentes, pasados y futuros que hayan ofrecido o vayan a ofrecer parte de su ser en detrimento de las habituales conductas discriminatorias a las que permanecemos expuestos. No importa si se es varón o mujer, famoso o desconocido, invertido o de recto comportamiento, joven o envejecido o de derechas o de izquierdas. Su mensaje es el fiel reflejo del compromiso fiel que establezco con todos los que puedan percibir cierta semejanza con mi sistema de pensamiento. Atrás quedan los tiempos de la persecución y el exterminio. Los nuestros son días nuevos. Y la única alianza que podemos establecer con ellos pasa necesariamente por la consecución de una normalización absoluta. Sin prejuicios. Sin presentaciones incómodas. Sin la sombra de la sospecha ceñida constantemente sobre el cuello a modo de correa. Sin insultos. Sin burlas. Con plenitud de derechos. Despojados de cualquier mensaje partidista repleto de intenciones divisorias. No en vano, si disminuyes tu ritmo de vida por un segundo y te entregas a la reflexión, ¿sabrías decirme quién sería capaz de imaginar un mundo carente de las aportaciones imprescindibles que nos legaron los seres ilustres que abrieron este escrito? ¿Quién podría compensar cada uno de los asesinatos que nos sustrajeron un desconocido compañero de viaje? ¿Quién tiene la autoridad moral suficiente para enfrentarse al plan creador de su Dios y juzgar desde la locura humana lo que está bien y lo que no? Y, sin embargo, ¿por qué seguimos muriendo?

Antes de que Joaquim y Michael, los protagonistas de la obra, dejaran atrás la adolescencia, ya eran plenamente conscientes de que su realidad emocional no se ajustaba a la normalidad de la que presumían sus compañeros de clase. Y lo sabían porque se habían enamorado sin darse cuenta. Con inocencia, como se hace antes de la juventud, cuando todos los amores son de verdad. Sin embargo, en vez de acongojarse e iniciar una existencia que no les pertenecía, los dos llevaron valentía hasta sus pasos y comenzaron una andadura que no cesaría hasta llegado el momento de decir adiós. En las dificultades encontraron virtud, en sus lágrimas escribieron promesas que nada tenían que ver con la rendición y sus ojos se abrieron a la vida convencidos de que antes o después rotos quedarían todos sus temores. Pero lo cierto es que la suya no es más que una historia ficticia que entremezcla mentiras con verdades y que se atiene desde el principio a las intenciones creativas de los autores que les otorgaron movimiento. En la vida real las páginas las escribes tú. Poco importan tus capacidades o la óptica desde la que comprendes el mundo. Cuando los días te obligan a rellenar el espacio en blanco desde el que te comunicas con los demás, cada uno de tus actos tiene consecuencias que no repercuten únicamente sobre ti. Entonces es cuando te das cuenta de que no eres más que otra pequeña pieza incluida en este gran mecanismo que es la humanidad y súbitamente adviertes que, si los renglones que produces están derechos o torcidos, nadie se había tomado la molestia de enseñarte a garabatear. Pero los resultados serán claramente irreversibles.

Aunque es cierto que prefiero dejar olvidado mi nombre verdadero y dirigirme a ti bajo el pseudónimo de “Señor Y”, como buen amigo te aconsejaría que poco a poco te fueses dejando llenar de cada una de las lecciones de vida que se esconden tras las páginas de La Tendencia Natural. Pero también es obligación mía indicarte que los riesgos derivados de ese atrevimiento no tienen por qué favorecerte. Al fin y al cabo, siempre podrías desarrollar el valor de comenzar a ser tú mismo y lanzarte a la aventura de amar de verdad, con naturalidad, con pasión, con libertad. Y ése es un lujo que no te puedes permitir.

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